La
decisión en este caso fue, una vez más, nuestra, y aunque hubo momentos de dudas,
de cuestionamientos, decidimos apostar por aquello en lo que creemos. Apostar
por otra manera de sanar, por otra manera de cuidar, de tratar la enfermedad y
al enfermo. Paramos nuestra vida y decidimos volcarnos en nuestro hijo, mirarle
detenidamente, observar sus reacciones y manifestaciones, dedicarnos a él en
cuerpo y alma, masajear sus pequeños pies noche y día, consultar con un
homeópata, tratarle con fisioterapia respiratoria, dejar que el agua del mar
bañara su cuerpo…Para mí lo más útil ha sido saber que en mis manos tenía una
herramienta maravillosa que ayudaba a mi hijo a encontrarse mejor, que yo podía
ayudar a su cuerpo a recuperarse. Han pasado los días y Leo está recuperado, su
cuerpo ha dado un estirón y sé que se ha producido un cambio en él, tanto físico
como emocional. Antes de empezar con la neumonía tuvo un periodo de estar muy
mimoso, con muchos miedos, mi pareja y yo comentamos que parecía que estuviera
teniendo una regresión a etapas anteriores. Durante el periodo de neumonía le
colmamos de besos, abrazos y atenciones que quizás no le estábamos dando y que
necesitaba para tomar impulso para esta nueva etapa de crecimiento, ahora se le
ve más seguro, más autónomo y más feliz.
Todos
hemos aprendido mucho en estos días, hemos vuelto a ganar en confianza en
nuestros cuerpos, en los procesos naturales, en la sabiduría del cuerpo. Mi
hijo sabe que en sus pies hay unos botones y timbres maravillosos, que llaman a los bomberos que tiene dentro de
su cuerpo y apagan los fuegos y arreglan averías. El otro día le dijimos que
era mejor que no comiera tantas moras que le podían hacer daño a la barriga,
muy seguro dijo: “ no pasa nada mi mamá entonces me tocará los pies y se me
pasará”.